A lo largo de este año, hemos realizado distintas excursiones a colegios públicos, concertados y privados. En uno de ellos, me llamó mucho la atención un proyecto educativo llamado "Emocionalandia", donde trataban las emociones como un tema muy importante. En ese momento fue cuando me di cuenta de la importancia que esto tenía, y por ello, he decidido dedicarle una entrada.
La educación emocional es una innovación educativa que corresponde a necesidades sociales que no son atendidas en las materias académicas ordinarias. Su fundamentación se encuentra en el concepto de emoción, teorías de las inteligencias múltiples, la neurociencia, la psiconeuroinmunología, la inteligencia emocional, el fluir, los movimientos de renovación pedagógica, la educación psicológica, la educación para la salud, etc.
El objetivo que tiene dicha educación es el desarrollo de las competencias emocionales, la regulación emocional, la inteligencia interpersonal, habilidades de vida y bienestar y autogestión. La práctica de la educación emocional implica diseñar una serie de programas fundamentados en un marco teórico, que para llevarlos a la práctica, los maestros deben estar muy preparados (Rafael Bisquerra, 2018).
Leí hace tiempo en el titular del periódico El País lo siguiente: "Sin educación emocional, no sirve de nada resolver ecuaciones". Y me encontré totalmente de acuerdo. Si un niño no sabe tratar sus propias emociones, le producen en sí mismo inseguridad, baja autoestima y comportamientos impulsivos. Cuando esos niños crecen, y se convierten en adultos, tienen dificultades para adaptarse al entorno, tanto laboral como de relaciones personales. Por ello, hay que empezar a formar a profesores que tengan la capacidad de entrenar a los alumnos en el dominio de sus propios pensamientos.
La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la definición de psicólogos de la Universidad de Yale. Esta inteligencia se traduce en competencias prácticas como la mayor destreza a la hora de saber qué le ocurre a nuestro propio cuerpo, qué estamos sintiendo, saber controlarnos emocionalmente y tener el talento de motivarse a uno mismo.
Además, se ha demostrado que los chicos y chicas jóvenes con mayor dominio de sus emociones tienen un mejor rendimiento académico, y una mayor capacidad de cuidar de sí mismos y de los demás. Superan los problemas que les puedan surgir con mayor facilidad, y tienen menos riesgo de tener comportamientos inadecuados como el consumo de drogas.
Para poder conseguir unos alumnos más competentes, los propios maestros han de entender la gran necesidad de esta autorregulación, y llevarlo a cabo en las aulas. Así, formaremos entre todos una sociedad mucho más segura de sí misma.
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